CUIDADORA NO SE NACE, SE HACE. La experiencia uruguaya.

Para poder trabajar, estudiar, salir, vivir, las mujeres delegamos las tareas de cuidado de niñes y viejes en otras mujeres. Pero eso que llaman amor es trabajo no remunerado. En Uruguay, desde 2014 funciona a nivel nacional una política pública que garantiza el derecho al cuidado. Los resultados muestran cómo impacta en sus vidas: mejor inserción laboral, atención de calidad para personas dependientes, capacitación y trabajo formal. Desde Montevideo, Mariana Cianelli cuenta cómo funciona y por qué es necesario. Esta crónica fue hecha en el marco del taller sobre el trabajo del futuro en la fundación Friedrich Ebert Stiftung (FES) en Uruguay (Fesur).

Por Mariana Cianelli en Revista Anfibia Fotos Santiago Mazzarovich

 

Trabaja de tarde pero su despertador suena de mañana. Va hasta la cocina y agarra dos tazas. Mientras bate la cocoa camina hasta el cuarto más chico. Se acerca a la cama y le dice que hay que levantarse. La ayuda a vestirse y la peina. Se lava los dientes y le lava los dientes. Se fija que en la mochila esté el cuaderno de clase y el de los comunicados. El 328 está lleno. La despide en la puerta de entrada y vuelve a su casa. Mikaela Correa almuerza, limpia la cocina y toma otro ómnibus hacia el shopping. Hoy le toca trabajar hasta tarde.

 

Mientras Mikaela atiende a los clientes en el local de ropa, Umma termina sus siete horas de jardín; la abuela Silvia la pasa a buscar y la cuida dos horas hasta que la recoge el padre. Mikaela llega de noche, come la comida que hizo Emilio, barre el comedor y se acuesta con Umma a mirar dibujitos hasta que se duerme.

Las horas que Mikaela baña a su hija, la peina, la lleva a la escuela, al médico, a un cumpleaños, le prepara la comida y la duerme no figuraban en las estadísticas oficiales hasta hace algunos años. A partir de la última encuesta del uso del tiempo en Uruguay (Instituto Nacional de Estadística-INE, 2013) se sabe que dos tercios del tiempo de trabajo de las mujeres es dedicado al trabajo no remunerado (64,6%) y el tercio restante al remunerado (35,4%). Entre los varones, en cambio, sólo un tercio del tiempo se dedica al trabajo no remunerado (31,9%) y dos tercios al trabajo remunerado (68,1%).

 

Ellas destinan 22,4 horas semanales al trabajo de cuidados de otras personas; los varones, 16. Mikaela dice que tiene suerte, que sin la suegra ni la pareja sería mucho más difícil.

 

– Tendría que pagar una niñera o no sé. Trabajo 44 horas semanales. Umma va al jardín desde antes de cumplir el año. Ahora va a uno público, pero antes la mandábamos a uno que nos cobraba 7 mil pesos por cuatro horas. El resto del tiempo la cuidaba mi suegra y nosotros intentábamos arreglar los horarios como podíamos.

 

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Eso que llaman amor

– El cuidado es el nudo crítico de las desigualdades de género.

 

Lo dice la socióloga Karina Batthyány cuando habla sobre el tema que ha sido el centro de su vida académica. Lo es porque afecta todas las dimensiones de la vida de las mujeres: desde el derecho a la educación hasta el derecho al trabajo.

 

Los números muestran cómo la población femenina económicamente activa es afectada en las edades reproductivas: mientras un número importante opta por salirse del mercado laboral, las que se mantienen tienen el desafío de permanecer.

 

Se estima que 22.368 mujeres podrían acceder al mercado de trabajo si pudieran contar con un servicio de cuidados para niños y niñas menores de 12 años, según datos de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). “El cuidado condiciona si podés entrar al mercado de trabajo y el tipo de trabajo que podés tener. Muchas veces nos preocupamos por el mercado de trabajo pero, si no pensamos en los cuidados, ¿qué pasa con las mujeres?”, se pregunta Batthyány.

 

Julio Bango, secretario del Sistema Nacional de Cuidados (SNC), dice que su área tiene como foco romper ese esquema. “A mi viejo lo cuida mi hermana, a ella le sale mejor” o “Cuidar es cosa de mujeres” son frases de una campaña que lanzó el SNC para fomentar la corresponsabilidad de la tarea y desnaturalizar los estereotipos de género. En la página web dicen que lo que se busca es “impulsar un cambio cultural que nos permita compartir los cuidados de una forma más igualitaria. Porque tenemos que dejar de ver natural lo que no es. No se nace para cuidar, se hace”.

 

El secretario nacional de Cuidados explica que hay sectores de la población económicamente activa que están feminizados, como Educación o Salud.

 

– El Norte -dice- es romper esas pautas culturales. Pero antes, desde esta política pública hay que generar condiciones para que las mujeres que cuidan no remuneradamente puedan percibir un salario y no sólo para que puedan entrar al mundo del trabajo, sino para garantizar que tengan participación política, social, disfrute del tiempo libre o puedan hacer de su vida lo que se les cante.

 

Desde hace tres años, el 8 de marzo volvió a ser un día de lucha y de huelga feminista mundial. “Si paramos las mujeres, paramos el mundo”, es la consigna que mueve al Paro Internacional de Mujeres en distintos países del mundo y busca visibilizar, entre otros temas, la sobrecarga de trabajo no pago, como el de cuidados, que tienen las mujeres en su cotidianidad.

 

El problema estuvo instalado en la agenda feminista uruguaya desde siempre, dice Batthyány, pero antes se lo nombraba de otras maneras. El movimiento de mujeres de la salida de la dictadura (1985) lo llamaba trabajo reproductivo o doméstico. Poco a poco, el concepto fue ganando espacio y se instaló en la agenda después del 2000. “Hoy es un tema presente en la agenda feminista uruguaya, pero no en los primeros lugares”, dice la socióloga. La lucha contra las violencias machistas, en un país donde ocurren al menos 30 femicidios por año, ocupa un eje central en estas reivindicaciones.

 

A partir del 2000, cuando la Universidad de la República hizo la primera encuesta del uso del tiempo en Montevideo, el tiempo pasó a ser la unidad de medida para mostrar las diferencias que existen entre las horas que trabajan varones y mujeres fuera de sus lugares de trabajo. Más tarde, se instaló como medición nacional y se realizaron dos encuestas de este tipo en 2007 y 2013.

 

Los datos del uso de tiempo muestran la distribución desigual de la carga total del empleo en Uruguay según los géneros, y dejan en evidencia que las labores domésticas y de cuidados, “invisibles” -o más bien invisibilizadas-, hasta hace poco entendidos como actos de “amor”, son trabajos no pagos, como dice la teórica marxista feminista Silvia Federici.

 

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Madres, suegras, abuelas, hermanas, primas, amigas, vecinas. Las estrategias de cuidados se colectivizan; muchas veces las mujeres delegan en otras mujeres esta tarea para poder trabajar, estudiar, salir, vivir.

 

– Ese trabajo gratuito sostiene al sistema económico y social actual -dice Batthyány-. Yo, que soy una mujer urbana, con ingresos, me voy a arreglar mejor porque puedo acceder a una serie de servicios, incluido el de cuidadoras pagas, para poder hacer mis tareas. Me voy a arreglar ‘puertas adentro’, como dice María Ángeles Durán, porque mi estrategia va a ser mucho mejor que la de una mujer sin recursos.

 

La diferencia entre considerar a los cuidados como un problema personal o uno colectivo fue el punto de partida del Sistema Nacional de Cuidados (SNC). En otros países se está empezando a entender lo que en Uruguay se empezó a discutir en 2004: que los cuidados son una responsabilidad social.

 

– El cuidado en Uruguay es un derecho -dice Batthyány-: hay un Sistema Nacional de Cuidados, se está avanzando en el abanico de respuestas para resolver colectivamente como sociedad este problema, pero todavía falta mucho. El sistema llega a determinados sectores, pero todavía encontramos a muchas mujeres que no pueden acceder a servicios del mercado ni tampoco a los del sistema.

 

Romper la ecuación “cuidados = trabajo femenino” no será fácil: 94% de las personas que se desempeñan en el programa de asistentes personales son mujeres y tan sólo 6% son varones. Si bien la política del SNC quiere “modificar la división sexual del trabajo al interior de los hogares, en términos de la distribución de la responsabilidad de las mujeres desde el punto de vista del mercado de trabajo, la educación y la formación”, para romper la asociación hay que hacer hincapié “en las escuelas y en el cambio cultural”, dice Batthyány.

 

Es una mirada

 

Rossana le da un beso con ruido a Catalina y ella responde con una mueca. Los espasmos leves aparecieron a los pocos meses de nacida. A los cinco se volvieron más severos y le diagnosticaron síndrome de West, una epilepsia aguda que le provocó parálisis cerebral.

 

– Sus caritas de placer y dolor se ven a simple vista- dice Rossana Antúnez, la asistente personal que la cuida de lunes a viernes mientras sus padres trabajan. Ahora, como hace frío, se mueven dentro de la casa, pero los días de calor la lleva en la silla de ruedas hasta la hamaca paraguaya que le compró la mamá como regalo de los Reyes Magos.

 

Catalina no habla, el color de su piel sí. Una parte importante del trabajo de Rossana consiste en mirarla: cuida que los labios no se le pongan morados y que los cables del concentrador de aire estén estirados en el piso para facilitar que le llegue el oxígeno a los pulmones.

 

Rossana cuida a Catalina desde hace ocho años. Antes había cuidado a Lucas, el hermano de la niña, que tiene 13.

 

Después de divorciarse, Rossana se mudó con su mamá, María Inés Carballido, y puso una guardería en el living de la casa. El padre, Julio Antúnez, era dueño del almacén “Antúnez Hermanos”, esos comercios de los de “antes”, dice, y saca el celular para mostrar una foto en la que está su papá con un gorro blanco que dice “heladero” en letras azules, un mostrador y un montón de latas de galletas y caramelos. Él y su tío eran referentes en el barrio Capurro. Ella no lo dice, pero también lo es: Rossana camina y lxs adolescentes que alguna vez fueron niños y niñas que cuidó corren a abrazarla.

 

El diagnóstico de Catalina cambió la vida de los padres, Elisa y Pablo, y también la de Rossana, que dejó de cuidar niñxs por su cuenta para dedicarse sólo a Catalina. En 2014, Elisa recibió una llamada del Sistema Nacional de Cuidados: le decían que Catalina, al ser 100 por ciento dependiente, era beneficiaria de un programa nuevo que estaba saliendo. Elisa les preguntó si Rossana podía ser la persona que la cuidara y le dijeron que sí.

 

Al mes de esa llamada, Rossana fue con su madre al Abitab (una especie de pago fácil) del supermercado Devoto en Avenida Agraciada y Gómez. Le dieron un papel blanco que decía en letras azules “asistente personal”. Era su primer sueldo formal como cuidadora.

 

– Fui otra persona desde que nos llamaron y nos dijeron que estábamos en el Sistema de Cuidados. Mi hermana y mi cuñado me decían: “¿Vos sabés lo importante que es esto?”. En mi caso, y en el de todos, es la formalización del trabajo. No lo podía creer. Era un dinero que se veía distinto. Era formal. Me estaban reconociendo: era asistente personal.

 

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Es una inversión

– Es una revolución y lo digo sin temor a la palabra – dice Bango.

 

El Estado de Bienestar del siglo XX se edificó sobre tres grandes pilares: el sistema educativo, de salud y de seguridad social. Para el funcionario, “ese sistema se basaba en un cimiento cultural que era la división sexual del trabajo, que se apoyaba en que las mujeres iban a cuidar y los varones a trabajar. El cuidado, al igual que la salud, la educación y la protección social, atraviesa la vida de todas las personas. La construcción del SNC nace con el objetivo de que el Estado en corresponsabilidad con la familia, el mercado y la comunidad garantice ese derecho”.

 

Para Bango, el programa de asistentes personales es solo una parte de toda la política pública. Las personas con dependencia severa (menores a 29 años y mayores de 80) pueden solicitar un asistente personal con una dedicación de 80 horas mensuales. El subsidio se otorga en función de los ingresos de los integrantes del hogar y puede ser del 100, 67 y 33 por ciento. Las personas que acceden al 100 por ciento deben tener ingresos menores a unos 12.500 pesos (unos 300 dólares) y los hogares que no obtienen subsidio son los que perciben más de 45.000 pesos (1.200 dólares) al mes.

 

Desde que nació en 2015, el Sistema Nacional de Cuidados ha enfrentado algunos obstáculos. La bancada oficialista decidió recortar del presupuesto nacional 400 millones de pesos anuales durante dos años para destinarlos a la educación. Ante la discrepancia del Poder Ejecutivo, los legisladores frenteamplistas resolvieron finalmente quitarle 200 millones anuales en 2016 y 2017.

 

Bango entiende que la discusión sobre el futuro de los cuidados es económica.

 

– ¿Es posible financiar con rentas generales algo tan importante, teniendo en cuenta que el presupuesto nacional está sometido a ciclos económicos que son inevitables? – se pregunta el funcionario, y prefiere no adelantar una respuesta, sino que sea una discusión que de la sociedad. “Yo quiero ponerme delante, que no me resuelvan [el problema] solamente los privados. Uruguay decidió que su educación iba a ser pública, luego resolvió tener un sistema de seguridad social basado en la solidaridad intergeneracional y después un sistema nacional integrado de salud con el Fondo Nacional de la Salud. Ahora llegó el momento de resolver el tema de los cuidados”.

 

El SNC invierte el 65% de su presupuesto en primera infancia. A través de jardines y escuelas de la Administración Nacional de Educación Pública, Centros de Atención a la Infancia y la Familia (Caif) y casas comunitarias, el sistema busca garantizar el servicio de educación y cuidados desde los 0 a 3 años.

 

También cuentan con un programa de teleasistencia para personas mayores de 70 años que tienen dependencia leve o moderada. A través de este sistema pueden contactar a familiares o médicos por cualquier problema que tengan en sus casas. El sistema ofrece también centros diurnos para mayores de 65 en algunos departamentos del país. Además, hay cursos de formación para la atención a las personas dependientes, entre otras cosas.

 

Es parte de mí

Rossana entra a trabajar a las 8 de la mañana. Antes, si le dio el tiempo, deja colgada la ropa lavada en las cuerdas en la azotea para que agarre el sol mientras está afuera. Camina 15 cuadras hasta la casa de Catalina. A veces, cuando llega, está dormida, y la deja descansar unas horas más. Cuando está despierta, le da el desayuno y los remedios de la mañana. Más tarde, la traslada en silla de ruedas al “bañito”: una especie de camilla con ruedas que le permite bañarla con el duchero y cuidarse la espalda.

 

Al volver a su casa, toma mate y limpia. Más tarde, prepara la cena y el almuerzo que se va a llevar al trabajo al día siguiente. Rossana vive con su mamá de 77 años y su hijo de 24.

 

– Tengo la ventaja de tener a mi madre en casa porque por más que sea una señora grande hace un montón de cosas. Ahora la tengo a media máquina, tuvo una arritmia complicada.

 

Durante dos semanas las tareas de cuidados se multiplicaron en su vida: a su trabajo formal se le sumó atender a la madre en el hospital. María Inés tenía contratada una empresa de cuidados, pero Rossana quería estar para acercarle la bandeja de la comida y ayudarla en lo que necesitara.

 

– Lo tengo incorporado, es parte de mí, lo hago día a día. Ahora que tengo a mamá en el sanatorio me di cuenta que soy cuidadora por fuera también. Sos el brazo derecho de la persona. Cata, por ejemplo, no puede preparar su comida. Hay gente que no puede mover sus manos y quiere hacerse una torta. Tú sos sus brazos.

 

La cama de Catalina está a medio metro de la de sus padres. El acolchado es blanco y tiene búhos de colores. Arriba de la cama, una repisa con paquetes con sondas, una caja de pañuelos, unos championes rosados. Catalina duerme. Desde el sillón del comedor Elisa la mira y dice que espera el fin de semana para poder descansar; las noches anteriores Catalina durmió muy poco.

 

– Dormida no te da trabajo, pero despierta sí porque activa las glándulas salivales –cuenta Elisa.

 

Uno de los problemas más severos que le ocasionó la epilepsia fue que la comida se le empezó a ir al pulmón. Ahora con la gastrostomía, al no comer por la boca, la saliva pasa al pulmón y sale por la traqueostomía. Cuando está despierta, Elisa, Pablo y Rossana están atentos a aspirarle la saliva para que no se le tape la traqueo.

 

– La pego al lado mío en la cocina, pico un morrón y la atiendo, pico una cebolla y la atiendo. Si está el papá nos turnamos.

 

Elisa es administrativa y Pablo hace mantenimientos y es sonidista. Los primeros meses se turnaban para ayudar a Rossana con la adaptación.

 

– Tuvimos la posibilidad de hacerlo porque nuestros trabajos nos los permiten. No todos los trabajos consideran esta clase de situaciones.

 

– Muchas veces dejan de trabajar -agrega Rossana.

 

– Es que tienen que dejar de trabajar, Rossana. Si tu niño no tiene problemas de salud, lo podés meter en una guardería a los tres meses o a los dos años en un jardín y te manejás, pero con Cata es de por vida. Yo siempre digo que esto es sano para la familia, porque tenés que poder salir un rato afuera, tener otras actividades, ir al shopping. Y si vos no tenés a alguien para dejar a Cata, es complicado.

 

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Es un avance

Hay ola de frío polar y Florencia lo sabe. Casi siempre espera ansiosa, con la campera en la mano para salir, pero hoy Nacho tuvo que convencerla. Los pocos grados de temperatura hicieron que la rutina cambiara: en vez de ir a jugar a la rambla con los aparatos de ejercicio fueron hasta la plaza del Entrevero. Sentados en un banco de la plaza, Nacho abre un paquete de galletitas Lulú. Florencia estira el brazo y pone la palma de la mano hacia arriba.

 

– De a una-le dice a Florencia, que come su galleta mientras mira la fuente de agua que está en el centro de la plaza. Al principio se comía todo como venía -dice Ignacio Silva. Y habla del Trastorno del Espectro Autista (TEA) que tiene esta adolescente de 16 años. Él es asistente personal desde hace tres años: la va a buscar al colegio, la lleva hasta la casa y cuando el tiempo lo permite bajan a jugar a la rambla.

 

Ignacio trabaja hace once años en una escuela de discapacidad motriz, pero nunca había trabajado con alguien con TEA. Cuando empezó a cuidar a Florencia, iban a la plaza Independencia, se paraba en el centro y la miraba correr para ver hasta dónde llegaba. Después de ver que no cruzaba la calle ni se alejaba mucho empezaron a ir a la rambla.

 

– Solo le falta hablar – dice mientras le da otra galleta.

 

Desde que la cuida, Nacho ha visto pequeños grandes avances. Antes, en el camino del colegio a la parada, Florencia iba con la vista clavada en el piso. Ahora mira para adelante y saluda si Nacho le dice que hay alguien conocido. También aprendió a controlar la ansiedad por terminar el paquete de galletitas y las come de a una.

 

– Ella es muy independiente. Entonces, más que nada, mi trabajo es estar con ella, sacarla a recrearse de otra manera. Te tiene que gustar y te tenés que sentir bien, porque si no, no podés cuidar a nadie. Estás trabajando con una persona y no con un objeto. Lo emocional es muy fuerte.

 

* Esta crónica fue hecha en el marco del taller sobre el trabajo del futuro en la fundación Friedrich Ebert Stiftung (FES) en Uruguay (Fesur).

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Post Author: mauricioalvez