La pandemia nos pone frente a nuevas emociones con el futuro mientras que la certeza de que nadie sabe como sigue esto, tensiona optimismo con prudencia. Cuando creíamos que el turismo había alcanzado una estabilidad con características de adultez, la realidad nos trae situaciones novedosas que nos exigen adaptarnos rápidamente para poder alcanzar un desarrollo pleno e integral.
Así como en la adolescencia las hormonas parecen volverse locas y ante el conflicto y la irritabilidad nos preguntamos qué nos pasa, la crisis global nos golpea, una vez más, y las experiencias, los miedos, los obstáculos y todo aquello que implica un desafío, confluyen en nubes de incertidumbre e inseguridad.
¿Tenemos los actores y gestores del turismo herramientas necesarias para descubrir qué hay mas allá de esas nubes y encarar rápidamente un nuevo rumbo? Necesitamos de poderosos radares que nos permitan identificar cada detalle necesario para construir con bases sólidas nuevas estructuras. Precisamos de brújulas que nos indiquen el norte. Solo con equipos técnicos formados y con compromiso político elevado seremos capaces de reinventar al turismo, adaptarlo a una nueva normalidad.
Es la oportunidad de discutir y plantearnos qué tipo de relaciones queremos tener en el turismo, con el consumo, con el tiempo libre, con el ambiente, con las comunidades y las diversidades. Establecer un rumbo deliberado a seguir, conscientes de que el turismo debe constituirse en una herramienta útil para revertir las desigualdades y las injusticias actuales.
A los responsables de la gestión les toca el rol de resolver problemas, a través de las políticas públicas que permitan ese desarrollo buscado, administrando además -de los recursos humanos, técnicos y financieros-, la comunicación de manera tal que sea capaz de construir consensos con relatos comunicacionales que blinden de legitimidad a los nuevos proyectos.
Un problema que demanda una respuesta de fondo, aunque no por ello descuidando las formas, tiene que ver con quiénes se hacen cargo de los costos de operación y de las posibles marchas atrás. Pues, desde los servicios aerocomerciales hasta el hospedaje, pasando por la gastronomía y las actividades, ir de un turismo masivo a uno moderado implica una brecha en términos financieros respecto a la situación anterior a la pandemia que debe ser absorbido por un mix resultante de ajustar la calidad de los servicios, la rentabilidad de los propietarios, las tarifas que abonan los consumidores, el salario que perciben los trabajadores y la participación del Estado, sea esta como impuestos o como aportes.
Sin dudas existirá la necesidad de gobiernos presentes especialmente en aquellas situaciones de mayor vulnerabilidad o necesidad, surgidas de las agendas que impongan los usuarios, los trabajadores, los propietarios y los gobernantes. Activos, deudas, puestos de trabajo, transparencia, creatividad, ambiente, seguridad, asistencia económica y protección social son algunos conceptos claves que deberían formar parte de esas agendas.
Mientras tanto, con el objetivo de brindar contención, vemos mucho reunionismo como gestión, una práctica adictiva que parece que no pasa de moda y que rápidamente encontró auxilio en la virtualidad.
En esa tensión entre optimismo y prudencia, debemos creer en nosotros, sentirnos importantes, ser conscientes del rumbo deliberado que elegimos.
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