Apuntes de sociología militante I, II y III

Serie de 3 artículos por Jorge Elbaum* (https://twitter.com/UnTipoDigno) publicados en https://lilianalopezforesi.com.ar el 4, 11 y 24 de diciembre.

(Inducir, inclinar, persuadir y convencer para recuperar la Patria)

La campaña electoral de 2019 ya se inició. Aunque Cristina aún no se haya decidido a competir y Macri esté convencido de poder renovar este vaciamiento sistémico de la soberanía nacional, el activismo y la militancia tienen una fecha tatuada en lo ojos: el 27 de octubre.

Ese día es el aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner. Y será la jornada en que le pueblo argentino tenga la oportunidad de recuperar el gobierno para ponerlo a disposición de los intereses nacionales.

Quedan diez meses para ese evento. Y cientos de miles de compañerxs debaten cómo contribuir a esa victoria frente al coloniaje y la antipatria.  Para lograr ese objetivo, una de las primeras asunciones es saber que no se gana convenciendo a los propios. Ni se logran ventajas intentando persuadir a los militantes macristas ni a los illuminati del núcleo duro del  trotskismo local.

El perfil de votantes de la Argentina se divide en tres tercios: el momento histórico en que el nacionalismo popular consiguió más sufragios en la historia electoral argentina fue la elección de Perón en 1973. En aquel momento alcanzó el 63 por ciento y sus oponentes el 37 restante. Esa ecuación, más la totalidad de las elecciones posteriores desde 1983 en adelante indican que hay un núcleo duro de voto anti popular con un mínimo continente de infantilismo izquierdista. Esa masa de votos se encuentra anclada en el tercio del lectorado y es el hueso más duro de roer en términos de persuasión. Sin embargo hay muchas cosas que se pueden hacer con ese agrupamiento, más allá de que no sea el colectivo prioritario a ser abordado.

Existe también un sector más o menos fidelizado. Grupos de afinidad política e ideológica que son abiertos al discurso del Proyecto Nacional y/o que se sienten en las antípodas del modelo de la derecha neoliberal argentina. A este último grupo hay que empoderarlo, darle confianza, movilizarlo, hacerle sentir que existe una esperanza más allá de esta noche neocolonial.

Pero el agrupamiento más relevante a la hora de ganar las elecciones es sin duda el tercer tercio. El agrupamiento de aquellos que no se sienten identificados con ninguna trayectoria política y que votan por intuición, impulsados por “oleajes simbólicos del momento”. Ese grupo fue el encargado de darle el triunfo a Macri en 2015 bajo la esperanza de un cambio positivo en relación con su esquema de vida previo. Las características genéricas de este colectivo en disputa son:

    • Tiene niveles del politización bajo o nulo
    • Repele la discursividad política basada en análisis comparativos de proyectos ideológicos.
    • Desconfía de los políticos a los que homogeneiza como parte de un sistema corrupto e indiferenciado
    • No divisa la grieta histórica entre Patria y Colonia
    • Es en promedio más apático que el resto de los conglomerados de votantes en términos de concurrir a las urnas: al interior de este tercio se encentra gran parte de quienes se abstienen, votan en blanco o anulan su voto.
    • Son portadores de un voto menos politizado y más condicionado por los discursos mediáticos
    • No logran relacionar causalmente una situación económica desfavorable con las decisiones políticas instauradas por los gobiernos.
  • Son más influenciable –que el promedio nacional—a las operaciones de prensa previas a los actos eleccionarios.

Frente a estas características, los militantes populares deben saber que ese conjunto puede abordarse desde específicas condiciones de persuasión:

    • Toda actitud soberbia y/o “bajada de línea explicativa” que se pretenda ejercer sobre este grupo será percibida como un intento de manipulación que terminará siendo refractaria a la posibilidad de convencimiento: es más importante escuchar que apostrofar. El sólo hecho de escuchar a un integrante de este colectivo es percibido como un mensaje político valioso que permite limitar resquemores y establecer plataformas de diálogo más exitosas.
    • Al ser este grupo el que más está pendiente de situaciones táctico-personales (desgajadas de las políticas que las producen), es clave ayudar a ligar ambos procesos sin que se perciba como una búsqueda de obtener un voto. En estos casos es más fácil lograr que se castigue a quien gobierna que a obtener un voto orientado hacia el caudal nacional y popular. Un voto perdido de la derecha debe ser entendido como una ventaja propia.
    • Hablar sobre el pasado es contraproducente. La historia no suele ser asociada a una relación de causalidad. Sólo aparece como prioritariamente válido hablar del futuro, de las posibilidades y esperanzas que se abren con un nuevo gobierno. La relación del presente con el porvenir es la línea temporal que más los motiva.
    • En el caso de recriminaciones sobre errores cometido en el pasado por los gobiernos populares es imprescindible aceptarlos en el paradigma de que todos los que hacen se equivocan y que los errores pasados no se volverán a cometer en el futuro. La clausura para alojar la crítica es percibida como una constatación de cerrazón que puede ser castigada con el voto: gran parte de los integrante de este grupo exigen interactuar con militantes flexibles, abiertos, que no estén cerrados a los aportes, consejos y sugerencias.  Necesitan ser escuchados y no apostrofados o recriminados en su ignorancia.
    • Los caminos de llegada a este conjunto son prioritariamente personalizados. Pero en forma concomitante  debe ser abordado a través de sus interacciones más frecuentes. Si es un sujeto imbuido en redes sociales es imprescindible detectar sus gustos/disgustos y “tirar” de esas particularidades para hacer foco en sus preocupaciones y no en las que el militantes descolgado considera prioritarias. Ejemplo: Si tiene problemas para el pago del gas hay que postular la recuperación a futuro de los subsidios para que se reduzcan las tarifas. si es sensible al maltrato animal hay que poner evidencia que se han reducido los programas de educación y sensibilización sobre esa temática para orientar esos recursos al pago de la deuda. Siempre hay que partir de la demanda: de las necesidades sensibilizadas del receptor.
  • El nivel de permeabilidad de la interacción con el futuro votante se viabiliza en el vínculo: los objetivos se deben ir construyendo paulatinamente: Se puede lograr que dude, que castigue, que suscriba a una propuesta propia o que se embandere. Pero eso no se postula a-priori sino que se va construyendo en la interacción. Cada sujeto tiene un máximo de “estiramiento” posible de acuerdo con sus nudos biográficos y sus antipatías (u odios) instalados. Detectar esa flexibilidades parte del logro posible de la  persuasión.

Existen formas de interacción más  eficaces de acuerdo con quiénes son los interlocutores. No a todxs se les puede hablar del mismo modo ni de las misas cosas. Las sensibilidades y los intereses son diversos. Poder conocer y distinguir la diferencia de esos perfiles –y los intersticios que habitan en cada uno de ellos–  es parte imprescindible de lo que se viene.

Apuntes de sociología militante (II)

Una de las repetidas preguntas que le formulan a los sociólogos que piensan la realidad argentina y que se sienten comprometidas con ella, es cuánto puede resistir la paz social en tiempos que el tejido social es agredido cotidianamente con la llamada austeridad que no es más que la reducción de accesos a bienes simbólicos y materiales para los sectores menos privilegiados, y el incremento de la riqueza y la renta para los grupos más concentrados. Aquellos que son rigurosos –y no se encargan de vender humo como consultores proféticos—solo logran explicar que el mundo social es de una complejidad tal que sólo puede darse un estallido cuando se combinan varias dimensiones al mismo tiempo: descontento, capacidad de movilización históricamente aprendida, autovaloración positiva acerca del efecto de la acción social colectiva y –sobre todo— referencias (presentes o ausentes, encarnadas en dirigentes o en actores políticos ya desaparecidos, pero vigentes en la memoria social disponible).

Una semana antes del 17 de octubre nadie presagiaba el estallido. En noviembre de 2001 el malestar no se había combinado aun con el deseo desesperado que auguraba el fin de un ciclo político argentino. Dado que no se puede presagiar incendios (y solo estar atentos a su irrupción para quedarse al costado de la historia) ni olas electorales, sí sabemos –en términos sociológicos—que no ha habido nunca irrupción de lo nuevo que no haya estado prologado por  el murmullo opositor, el activismo de la sociedad civil, el murmullo opositor y el trabajo militante.

Toda  fuerza social organizada debe comprender que existen reglas eficaces para arrinconar el discurso del poder hegemónico (en este caso del neoliberalismo) y simultáneamente para  dotar de autonomía a los socios estratégicos que buscan socavar los pilares de un proyecto social que busca básicamente darle continuidad a prerrogativas y limitar la democratización de la vida, en todas sus aspectos.

El núcleo central de la batalla política es la lucha por el sentido. Y ese enfrentamiento tiene dos pilares: por un lado la creencia en las propias fuerzas, la autoestima esperanzada, la ajenidad del derrotismo, la sensación de ser parte de un camino cuyas encrucijadas no conocemos, pero que cualesquiera son éstas, nos encontrarán plantados en la misma brecha, en idéntico sendero de continuidad vital. Dos pilares: el positivo (la creencia en que nuestra pelea tiene trascendencia) y el negativo, basado en el cuestionamiento sistemático y lúcido de las herramientas simbólicas y los discursos de los poderosos.

La positividad  exige superar la inferiorización que se busca imponer para debilitar al subalterno: siempre se ha querido animalizar, etiquetar, estigmatizar, despreciar lo popular (choriplaneros, grasas, negros de mierda, etc.) con el objetivo de imponer una jerarquía que permita la admiración del sometido al dominante. Gran parte de la tarea cultural que permite la continuidad del estatus-quo se basa en acomplejar al sometido, en inmovilizarlo bajo la creencia imputada de su nimiedad, de su impotencia. Superar, desconectarse de esa atribución, confiar en la propia red social de lucha y plantar bandera en igualdad de humanidad contra quienes se pretenden superiores es uno de los ejes básicos de una disputa imprescindible. La alegría es parte consustancial de ese enfrentamiento: como bien afirmó Jauretche décadas atrás, un pueblo triste es fácilmente dominable. Por el contrario, un colectivo alegre, empoderado, consciente de su poderío, optimista del destino posible de sus demandas orgánicas es menos manipulable. La esperanza –como lo sugirió Marc Bloch antes de la Segunda Guerra Mundial–  es el principio de creencia que aúna las diferencias. Se nos hace imprescindible “creer” apostar a algo mejor para que seamos capaces de articularnos y de construir una fe social organizada.

Uno de los mecanismo utilizados por el poder oligárquico es hacernos sentir que no servimos para nada. Que lo nuestro es  antiguo, que es inservible, que es arcaico y que va contra la “modernidad”. Ese el punto de partida para anclar las luchas en el pasado, es decir en lo muerto. Ellos se presentan como el futuro, como el porvenir. Y nos obligan a ubicarnos en el vetusto sueño de un pretérito superado. Esa es parte de la lucha simbólica con la que no debemos ser atrapados: nunca hay que regalarles la alegría, el optimismo y el futuro a quienes expresan con claridad las fuerzas de un pasado que prenden hacer continuo mediante originales formas. Esto implica –hoy— dejar de debatirles el pasado. Arrinconarlo en el presente y en el porvenir: ¿qué han hecho con su tiempo gubernamental? ¿Cuáles son los resultados constatables del macrismo? Dada su endeblez, el manual duranbarbista va a intentar oponer pasado (corrupción) a presente (límpido y republicano): no hay que aceptar la agenda del otro. Es imprescindible nombrar el presente y sus consecuencias a futuro.

El otro componente, diseminado cuidadosamente por el neoliberalismo, es el intento de aislar y de cortar los lazos solidarios convocando a los ciudadanos a sumarse a un aislamiento mediático, inserto en el debate de las noticias amarillas, de las reportes del corazón o de las páginas sangradas de los policiales. La meticulosidad para sembrar aislamiento, conformismo, adaptación y sensación de mundo incomprensible es una de las herramientas más útiles de la dominación: si se logra que nada sea jerarquizado, si se impone que es lo mismo el casamiento de una vedette que el debate sobre el aumento jubilatorio, la lobotomización logra su funcionalidad con el estatus-quo. El camino para impedir ese esquema es contribuir a jerarquizar los temas mediante la convocatoria a al experiencia. Se debe partir de los sufrimientos y padecimientos del interlocutor. De su quehacer real cotidiano, para partir desde ahí hacia las necesarias jerarquizaciones. Y eso no se hace “juzgando” al confundido, sino acompañando mayéutica y pacientemente su razonamiento. La instalación cómoda de muchos actores sociales populares en la negación de la política es el producto de muchos fracasos previos. Se debe acompañar el proceso cognitivo si desafiar los lugares sacralizado de identidad que han ayudado a esos sectores a sobrevivir a tanta carencia.

El sistema –sobre todo a través de sus medios de desinformación— tratan de arrebatar certezas, de menoscabar la dignidad de los que resisten o se oponen, de buscar los grises y los errores (siempre disponibles, lógicamente por tratarse de construcciones humanas) en el trayecto vital de los que luchan. Tienen como objetivo hacerle creer al pueblo que las batallas previas, a través de las cuelas se han conquistado derechos, no tienen concatenación y que su efecto es nulo. Al cortar la relación entre el esfuerzo social y su resultado histórico victorioso se logra desanimar a las presentes y futuras generaciones que emprenden la militancia política como un ejercicio de esperanza compartida.

Argentina es hijo del 17 de octubre y el Cordobazo de la misma forma que Francia lo es de su Revolución francesa y de las barricadas de 1848, 1870 y del Mayo de 1968. Nada de lo que han conquistado los pueblos del mundo ha sido por concesión. Todo fue arrancado a los poderosos con lucha, persistencia, lucidez y entrega. Y en todos esos casos (más otros miles que muestran la cara más maravillosa de nuestra especie) fueron sociedades orgullosas de su propio capital esperanzador, las que alcanzaron algo superior a lo que inicialmente tenían. Hoy, como tantas otras veces, se nos llama a contar la autoestima para dar los debates y conquistar las voluntades mayoritarias que permitan superar este suplicio hambreador neoliberal, y un poder  concentrado (abatido en su interés de desvalorizar la lucha social) la que conquistó derechos.

Apuntes de sociología militante (III)

Escenarios de unidad y disputa de calle

 

Luego de tres años de agresividad neoliberal hacia los sectores populares, en los que todas las variables económicas y sociales se han visto vieron despedazadas, se impone la convocatoria a “la unidad”, con el objeto de volver al sendero del Proyecto Nacional. La unidad es uno de los conceptos que se encuentran en el centro el debate político y su dilucidación genera rispideces y especulaciones diversas. El problema central es que los diferentes sectores definen “unidad” de forma no coincidente.

Mauricio Macri, sus socios radiales (su radicalidad brilla –cada vez más– por su ausencia) y los lilitos que amenazan con dar el portazo pero siempre son funcionales a “la embajada”, son conscientes que al única oportunidad de continuar con la desestructuración de la sociedad argentina, debilitando a los sectores del trabajo, es mediante el fraccionamiento del voto al interior del campo popular.

La existencia de varios peronismos, o de varias listas dispuestas a desperdigar el voto nacional y popular ha sido –y sigue siendo—la principal estrategia del modelo hegemónico para quebrar la voluntad soberana que abreva en las democracias emergentes. Las mentiras jurídicas, la despolitización, la permanente ficcionalización mediática y la empecinada búsqueda por  erosionar los liderazgos opuestos a los fines neocoloniales, son las táctica básica empleada para darle continuidad a su control gubernamental.

Frente a esa realidad, el campo nacional y popular vislumbra dos alternativas de éxito: (a) la posibilidad de que una de las fracciones logre concentrar la voluntad mayoritaria, desplazando a las minoritarias, y (b) que se lleve a cabo un proceso de confluencia simultaneo. El primero de esos esquemas tiene el riesgo de la irrupción de “apéndices descarriados”, es decir, la posibilidad de que grupos funcionales al macrismo (con la colaboración de los medios) logren financiar e inflar a los nuevos Bossios funcionales al régimen. Pero estos “corredores de colectora” pueden también –en la medida que la crisis se acelere—obtener una porción del electorado proveniente de votantes macristas en 2015 y 2017. Su posicionamiento es frágil y depende básicamente del resultado económico de los primeros cinco meses del 2019.

La segunda opción –la que supone un articulación totalizadora mediante PASO o un acuerdo múltiple dirigencial— implica menos riesgos pero pospone algunos debate para aun futuro poselectoral. Este esquema está más condicionado por las bases: en al medida que las luchas callejeras y las movilizaciones se acrecienten en la primera parte del año, los referentes de las distintas fracciones se verán obligados a sentarse a negociar presionados por las demandas populares.  Esta última tiene el costo de asumir negociaciones con actores que claramente han habilitado (con más o menos disimulo) el andamiaje macrista. Eso supone juntar piezas que claramente no encastran adecuadamente y que prevén fuertes internas luego de un posible triunfo popular. Pero ninguno de esos conflictos son asemejables a la continuidad del actual modelo financiarista, aperturista y destructiva del mercado interno y el salario. Más aún, Cristina fue presidenta mientras Urtubey era gobernador y la recibía en su provincia con discursos halagatorios de “la mejor presidencia de la historia argentina”.

Es verdad que ninguna de las dos garantiza un aterrizaje sosegado abierto a la recuperación de los resortes soberanos. Pero la primera es probablemente la más riesgosa dada la incidencia de la oligarquía articulado al aparato tecnológico (incluido el despliegue de instrumentos de ciberguerra) que Estados Unidos volcará para garantizarse la continuidad del control hemisférico. El departamento de Estado, sabe, sin embargo, que ningún arsenal podría  resquebrajar un estado de ánimo dispuesto a castigar el deterioro socioeconómico iniciado en diciembre de 2015. En el lenguaje callejero: billetera podría matar a propaganda mediática. Y Washington, al igual que en 2001 intentará sacar los pies del plato para no hundirse con sus títeres locales.

En el centro de la operación oligárquica se encentra el bombardeo ligado a emparentar a Cristina Fernández de Kirchner con la corrupción, pese a que no han podido encontrar los tesoros enterrados ni han logrado quebrar su espíritu de defensa de la soberanía nacional. A medida que se sucedan los primeros capítulos de 2019 se irán deteriorando las capacidades carcelarias del gobierno: la parafernalia judicial empezará a dotar de somnolencia a los  expedientes, buscando algún lugar de sombra frente a al posibilidad de un retorno del campo popular. Eso mismo sucederá también en el Senado, cuyos alfiles se entregarán a la especulación más estricta de los gobernadores provinciales que querrán ganar sus respectivas elecciones, incluso a costa de tener que traicionar a sus aliados macristas. Esta es la  preocupación fundamental del establishment ceocrático: en la medida que se acerquen las elecciones y más se estabilice o crezca el voto potencial a Cristina Fernández de Kirchner, más se coartan las posibilidades de poder desaforarla. El primer trimestre de año será la última oportunidad que de “Cambiemos” para golpear las puertas del despacho de Pichetto. Es probable que a esa altura el legislador rionegrino nacido en Banfield no pueda atenderlos: estará haciendo cuentas con los gobernadores acerca de cómo sobrevivir a la tormenta que el kirchnerismo desplegará en cada uno de sus distritos.

Esta realidad que va de la amenaza de encarcelamiento (propia y de sus hijxs) al encumbramiento presidencial (casi sin solución de continuidad, en la típica odisea que describe el lugar de la heroína clásica), es el que explica probablemente el “silencio electoral” de CFK. No es su voz la que debe latir estos meses. Es la de la calle, y la demanda social organizada, la que debe enmarcar el año electoral, para lograr una unidad forjada por las demandas, que logre anular o por lo menos postergar las iniciativas tramitadas por la especulación político-corporativa.

Unidad estratégica con afluentes convergentes y monitoreo táctico parece ser la combinación de la hora. La construcción política exige siempre un ejercicio de timing, una capacidad para leer los signos del tiempo. Cabeza fría y corazón caliente. Así le decían en el barrio.

* Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). 

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Post Author: mauricioalvez