Por enrique Martínez, Instituto para la Producción Popular, publicado en Agencia Paco Urondo “Me interesa señalar que se ha puesto muchísimo más interés en la psicología de los ingratos, que en la de aquellos que después de 12 años de gobierno con vocación popular siguieron siendo pobres. ¿Cómo ve su vida ese compañero?”
Desde los años 50 del siglo pasado y con fuerza durante las gestiones de Cristina Kirchner, se instaló en buena parte de los militantes populares un reclamo hacia los compatriotas que ganaron perfiles de clase media. Ellos no habrían valorado adecuadamente cuanto de ese ascenso se debió a las políticas de un gobierno popular.
Parte del argumento es compartible, especialmente cuando la cultura globalizadora y meritocrática aleja a mucha gente del contacto con la política. De cualquier manera, parece necesario profundizar el tema, para no caer en cierto absurdo que indicaría que si un gobierno popular mejora la condición de una franja de la sociedad está condenado a perder la adhesión electoral de esa gente. Aunque hay mucha tela para cortar aquí, se ha discurrido bastante sobre el tema y podremos volver sobre esto en otra ocasión.
Hoy me interesa señalar que en todo caso se ha puesto muchísimo más interés en la psicología de los “ingratos”, que en la de aquellos que después de 12 años de gobierno con vocación popular siguieron siendo pobres. En 2015 cualquier ajustada estimación de pobreza marcaba que no menos del 25% de la población debía considerarse así. Además, sin necesidad de muchas encuestas, se admitía – y aún se admite – que la mayoría de los afectados vota al justicialismo, con cualquier sigla que se presente.
La pregunta pertinente en este momento histórico, debiera ser – lo pongo en potencial porque no creo que sea muy frecuente -: Después de 12 años a los que entró pobre y de los cuales salió pobre, ¿cómo ve su vida ese compañero y qué espera de un gobierno que asume queriendo dejar atrás el infierno neoliberal?
Mezclando inferencias con experiencias concretas de trabajo popular, me animo a ordenar algunas de mis convicciones al respecto:
1 – Nadie se confunde sobre el deterioro relativo y absoluto que el neoliberalismo significa para sus vidas. Hasta aquellos que equivocadamente han votado a Cambiemos, ya no se engañan.
2 – Las causas asignadas al deterioro divergen.
Un primer grupo trabajó y trabaja en tareas con ingresos fronterizos con el nivel de pobreza y por lo tanto la inflación, con mala actualización salarial, los empuja para abajo.
Muchos lamentan haber perdido las changas, que eran el derrame inducido por el mayor nivel de ingresos de otros ciudadanos. No alcanzaban para salir de la pobreza de manera permanente, pero ayudaban mucho a construir expectativas de mejora sistemática.
Otros muchos, lamentan la pérdida o el importante deterioro de las diversas formas de asistencia social, desde la AUH a la jubilación con moratoria, y tantas otras.
Para mejorar su situación, los primeros esperan que baje la inflación y que sus empleadores les aumenten sus ingresos relativos; los segundos esperan que otros sectores sociales mejoren sus ingresos, lo cual arrastrará los suyos; los terceros, finalmente, esperan que el Estado vuelva a ocuparse de ellos.
3 – La breve descripción anterior me lleva a concluir que solo una fracción de los pobres, cuya importancia relativa se debería calcular pero en verdad es bastante irrelevante hacerlo, cree depender en forma directa de la ayuda estatal, aunque no esperan salir de pobres de ese modo. Los demás esperan estar mejor si la economía prospera. En tal caso, recibirán beneficios indirectos.
4 – Es imposible encontrar programas específicos, no solo ahora, sino en toda nuestra historia, que puedan ser calificados como programas directamente orientados a eliminar la pobreza y que se hayan instalado en la subjetividad de los más humildes con ese carácter. La única excepción podría ser la construcción de viviendas sociales, pero la tradicional opacidad en su asignación, le resta valor relativo.
En rigor, las políticas públicas, tanto conservadoras como populares, asignan ese rol – eliminar la pobreza – a los programas de capacitación profesional y a toda la escalera educativa, asumiendo como dogma que la solución es el esfuerzo personal, con el fin de incluirse en un sistema que no se cuestiona. Hilando fino, todos decimos que la pobreza es responsabilidad de los pobres, hasta los pobres mismos. La diferencia entre actitudes de gobierno es que los populares inducen mayor derrame y aumentan las oportunidades de movilidad social.
5 – En tal contexto, no es de extrañar que los pobres no reclamen programas de cambio estructural. En todo caso, se espera mayor ayuda para las discapacidades y mayor demanda laboral.
6 – Al limitar la expectativa a la asistencia social y a la evolución de la macroeconomía, con el agravante que para ésta última la gran mayoría de la población -no solo los pobres – no entiende bien de qué depende que evolucione positivamente, el pobre queda expuesto a la manipulación y al clientelismo. Su subjetividad depende de la ayuda de hoy y de las promesas genéricas sobre el mañana. No es de extrañar, de tal manera, que la adhesión a una corriente ideológica se vaya diluyendo a medida que las generaciones nuevas llegan, sin historia que defender como propia y cada vez con menos recuerdos familiares asociados a la prosperidad o a las luchas por conseguirla.
7 – Hasta las explosiones sociales, en consecuencia, son causadas más por la desesperación que por la defensa de un proyecto alternativa, porque en cualquier instancia se deja la iniciativa a quien gobierna, sin asumirse como sujeto activo de un plan de cambios.
Si el diagnóstico que se deduce de lo expuesto es correcto, creo imperativo contribuir a cambiar esa subjetividad, porque el principal perjudicado al pensar así es el pobre. No solo, ni siquiera como factor importante, desde el discurso. Debe ser desde la creación de condiciones materiales que reemplacen al “combatiendo al capital” de un país que cambió sustancialmente, donde los capitalistas y el Estado como empleadores generaban trabajo para todos, acotando el problema de la pobreza a la distribución del ingreso.
¿Qué quiero decir?
Exceptuando los casos de incapacidad absoluta de trabajar, que se dan en cualquier sociedad del mundo, el resto de los compatriotas deberían asociar la posibilidad de emerger de la pobreza al hecho de trabajar. Correlativamente, un gobierno que se convenza cabalmente de esto, debe construir los escenarios que lleven a los pobres a trabajar en una amplia gama de ámbitos de valor comunitario, dejando atrás y enterrando, si es necesario, el criterio de la relación capitalista de empleador/empleado como única vía. La infraestructura y el mantenimiento del hábitat; la atención de necesidades básicas de subsistencia; la educación; la salud; los servicios públicos, cada uno de esos aspectos fundamentales de la vida, puede y debe ser extraído de la lógica capitalista. Es esencial, básico, elemental. Al pasar progresivamente todos esos ámbitos a la administración comunitaria, se construye un camino que termina con la desocupación y la pobreza en un absoluto paralelo. Llevar ese objetivo a lo concreto, caso por caso, convertirlo en meta palpable, no solo es necesario para resolver el problema, sino que a la vez define las banderas necesarias para el cambio estructural, a ser enarboladas por los militantes y por los sujetos afectados por igual.
Todos los interesados en la política y en un país definitivamente mejor tenemos la responsabilidad de dignificar la lucha por eliminar la pobreza, entendiendo el camino y además – sobre todo -ayudando a los pobres a pelear por él. Un proyecto popular no puede seguir esperanzado en el derrame inducido.
Artículo original en http://www.agenciapacourondo.com.ar/relampagos/que-quieren-nuestros-pobres-por-enrique-martinez