Por Leila Mesyngier y Julieta Greco publicado en Revista Anfibia
La nueva denuncia por abuso sexual contra el actor Juan Darthés permite repensar la cultura de la violación y los distintos relieves que tiene la categoría de consentimiento. Refuerza que desde el feminismo se construyen nuevas estrategias para afrontar y en parte reparar la violencia hacia las mujeres a través de la acción colectiva. Y una vez más, una piba dando viento al movimiento.
Thelma Fardín tiene 16. Vuelve a la habitación del hotel en Nicaragua, donde está de gira con la serie Patito Feo, y guglea la edad de su violador: Juan Darthés tiene 45. Es el único actor adulto de la comitiva y le lleva 29 años. Él dice que es “un pibe más”, para Thelma es un señor, podría ser el papá. Durante los siguientes nueve años ella vive, actúa, escribe, diseña, canta.
Thelma Fardín tiene 26. Es diciembre de 2018 y está sobre el escenario del Multiteatro acompañada del colectivo de actrices argentinas: son 50 ahí arriba y más de 500 en todo el país. Miles de personas escuchan en vivo cómo ella pone en palabras el abuso sexual que en ese momento sólo pudo compartir con dos compañeras de elenco de 17 años y que ahora es una denuncia penal ante la justicia. “Gracias a que alguien habló, hoy puedo hablar. Y cuando lo dije me encontré rodeada de personas que estaban dispuestas a acompañarme, cuidarme y darme mucho amor.”
La que habló antes fue Calu Rivero y antes que ella las pibas de #NoNosCallamosMás y antes las miles y miles de mujeres que salimos a las calles a gritar #NiUnaMenos. Mirá como nos ponemos. Otra vez una piba dando viento al movimiento. Ángeles Rawson tenía 16, Candela Rodríguez, 11, Melina Romero tenía 17, Chiara Páez, 14, Daiana García, 19, Lucía Pérez, 16. Porque esta es la revolución de las hijas, es por ellas y para ellas. Las jóvenes reivindican su deseo y es contra ellas que la revancha machista se hace carne y deja huella.
-Mirá cómo me ponés – le dijo el actor.
-Tus hijos tienen mi edad – contestó Thelma.
Recién ahora, de adulta, encuentra nuevos sentidos para sus palabras: “Es algo muy propio de las víctimas pensar en lo que el victimario no piensa. Y pensar que no puede estar pasando. Yo le seguía diciendo no. Es una frase muy contundente”, le contó a Luciana Peker, la periodista que la escuchó y acompañó durante el proceso.
Thelma vuelve a decir no rodeada de las actrices argentinas. “Lo que hicimos hoy es anunciar que no nos callamos más, y es el puntapié para que todas las mujeres que necesiten hablar puedan hacerlo y el resto aprenda a escuchar y a respetar”, dijo Jazmín Stuart en una entrevista televisiva con Eduardo Feinmann. Ya sabemos que no es no. Que debería alcanzar con esa negativa de las mujeres para ser escuchadas. Pero nos exigen pruebas físicas, testigos presentes, que denunciemos en los momentos correctos, que digamos a tiempo, que respondamos preguntas inquisidoras, que detallemos el abuso, acoso, violación una y otra vez.
– ¿Esta persona que abre la puerta es hallable para que preste declaración testimonial? – pregunta un movilero de C5N en la conferencia de prensa de las actrices y desde el escenario le devuelven abucheos.
Catherine Mackinnon escribió “Manifiesto contra la violación” en 1981. Allí considera violación a toda ocasión en que una mujer tiene sexo y se siente violada. La académica, abogada y activista feminista no habla de “enviar a todos los hombres a la cárcel”, sino de cambiar la naturaleza de las relaciones entre varones y mujeres. Y no sólo eso, también cambiar la naturaleza propia de aquello a lo que llamamos (y sobre todo de aquello a lo que no llamamos) violación. Históricamente hemos construido una imagen concreta y precisa de qué es una violación: la estrechez de su definición impide que todas las experiencias de las mujeres entren en su molde.
¿Por qué nunca oímos la frase “Fulanito violó a fulanita en tales circunstancias”?, se pregunta con provocación Virginie Despentes en Teoría King Kong: para ella los hombres nunca identifican su accionar sexual como una violación. Hacen lo que las mujeres hicimos durante años, “llamarlo de otro modo”, adornarlo, no utilizar nunca la palabra para describir lo que han hecho. El relato de Thelma impacta por las palabras que usa, perturba por los detalles, porque le pone nombre al abuso. Thelma era menor de edad, es un agravante para el delito. Pero ¿sólo es violación cuando hay penetración? ¿Importa eso? ¿Qué pasa con las violaciones que no dejan marcas? ¿Qué pasa con la que se sale del rol de víctima, con la que no se resiste? ¿Qué pasa cuando el violador es un “hombre de familia”, el que se acuesta cada noche en nuestra cama?
Es imprescindible discutir la categoría de consentimiento. A priori la idea no debería enfrentarnos a un gran ejercicio hermenéutico: No es no. Pero sabemos que nuestras vidas cotidianas y sexuales tienen otros relieves y texturas, y el consentimiento puede tornarse delicado y complejo. ¿La categoría del consentimiento asume un acuerdo entre dos sujetos libres e iguales que aceptan un contrato? ¿Qué pasa si digo que sí y después que no? ¿Me puedo ir si acepté entrar? ¿Cuántas veces me quedé callada? ¿Qué ocurre si decir “no” me da miedo? ¿Qué pasa si no digo que no? ¿Eso quiere decir que sí? ¿Todo lo que sentimos debemos expresarlo en palabras?
La denuncia contra Darthés muestra una vez más la potencia de la violación entendida desde la concepción más biologicista: la penetración. Ya lo había denunciado Calu Rivero previamente, y ya habían contado Ana Coacci y Natalia Juncos, otras dos actrices que trabajaron con él, pero no fue suficiente. Recién después del video de Thelma y la lista interminable de actrices de renombre sentadas arriba del escenario frente a decenas de medios de comunicación les creemos. La abogada mediática Ana Rosenfeld renunció a representarlo en una demanda por calumnias. Las actrices lo dejaron claro: “Los abusadores tienen el privilegio de utilizar el sistema de justicia para disciplinarnos. Buscan callarnos iniciando contra quienes se atreven a romper el silencio causas por Daños y Perjuicios o denuncias penales. Mientras las víctimas sufren las prescripciones, dilaciones, malos tratos y descreimiento por parte del aparato judicial. ¿A quién vamos a denunciar? ¿Al jefe de casting? ¿Al dueño de la productora? ¿Al director de la obra o película? ¿Al maestro de teatro?”. Como escribió Peker en Machowood, “la violencia de género afecta a todas las clases sociales, pero los violentos de clase alta, poder y dinero para el fuego tribunalicio son más peligrosos. Los pobres no son mejores, son más inocuos”. Después de escuchar a Thelma hubo figuras del espectáculo que pidieron disculpas por no haber podido separar el comportamiento correcto de Darthés hacia ellas de lo que contaban las denunciantes.
Thelma tenía 16 cuando fue víctima de una violación. Lo cuenta diez años después ante las cámaras de televisión y lo transmite en vivo por su Instagram. Mirá cómo nos ponemos cuando estamos acompañadas. Al lado de Thelma se sientan Griselda Siciliani, Dolores Fonzi, Laura Azcurra, Muriel Santa Ana, entre otras. Juntas forman Actrices Argentinas, una agrupación que surgió durante el debate por la ley de aborto y se volvió asamblea permanente. Son más de 500. Muchas de ellas también fueron víctimas de productores, directores, guionistas varones (una encuesta de SAGAI muestra que el 66 por ciento de les intérpretes fue víctima de algún tipo de acoso y/o abuso sexual mientras ejercía la profesión). “Hoy decimos basta, el tiempo de impunidad para los abusadores debe terminar”, dijo y repitió Lali Espósito. “Mirá cómo nos ponemos: fuertes, unidas, juntas. Esto recién empieza”, dijo Muriel Santa Ana. Muchas de ellas protagonizan las novelas más mainstream de la TV y pueden dar visibilidad a temas no tienen el mismo impacto en las voces de otros colectivos. Hace dos años, de hecho, un grupo de mujeres denunció a músicos del mundo del rock por abusos. La demanda se volvió consigna #NoNosCallamosMás y los casos siguen apareciendo. Y Deolinda Torres fue a denunciar al marido, le dijeron que volviera después de la feria judicial y terminó asesinada.
La denuncia judicial no siempre es suficiente. Los precedentes que sientan fallos como el de Lucía Pérez, en los que la justicia indaga sobre la vida de las víctimas y los estereotipos de género son argumentos válidos para exonerar a los acusados, vuelven difícil e incierta la acción de denunciar. A veces es parte de una trama de sentidos que empieza cuando le ponemos nombre al abuso, cuando lo podemos contar, cuando nos sentimos acompañadas, cuando alzamos la voz en público. Como hizo anoche la periodista Romina Manguel, que después de meses contó que un invitado al programa de televisión Animales sueltos la acosó durante meses: “Tengo 45 años y no supe qué hacer”.
Thelma tiene 26 y al lado de ella en el teatro también está sentada la abogada feminista Sabrina Cartabia. “Thelma pasó muchos años sin poder dar voz pública de este sufrimiento que había pasado. Es muy importante para todo el colectivo cuando una mujer se atreve a romper las lógicas de naturalización de lo que todas hemos transitado”, dijo. Cartabia acompañó a la actriz a lo largo del proceso judicial, al igual que la periodista feminista Luciana Peker quien primero escuchó y publicó el relato. Estamos juntas, mirá cómo nos ponemos. La importancia de la lente de género ya se vio en la investigación del crimen de Diana Sacayán, cuando la abogada feminista Luli Sánchez trabajó en conjunto con la UFEM (Unidad Fiscal Especializada de Violencia contra las Mujeres): el resultado fue la primera condena por travesticio.
En las últimas horas, la preocupación de Rita Segato por los feminismos y sus demandas de castigo volvieron a poner al punitivismo en el centro de la discusión. La antropóloga advierte que el riesgo de demandar sistemáticamente al Estado la punición del enemigo es replicar la micropolítica y las propias fallas del sistema carcelario y punitivo. Pero los problemas del punitivismo no se agotan allí. La proliferación de escraches populares y denuncias en redes sociales se explica por un hartazgo ante la inexistente intervención estatal, el constante desoír del sistema judicial y la subestimación generalizada de las reivindicaciones feministas en contra de la violencia de género. Pero el lenguaje de la vigilancia y el castigo tampoco alcanzan en un contexto en el que plantear los conflictos en términos de víctimas y victimarios reduce el problema a una dimensión individual y oculta una matriz social opresiva más amplia a la que deja intacta. ¿Qué se esconde en el camino entre quedarse callada y escrachar? ¿Qué hay en el medio? ¿Nos está faltando una alternativa que escape al punitivismo y reivindique la acción colectiva? ¿Cómo evitamos reemplazar el sistema patriarcal por uno igual pero al revés?
Tal vez la respuesta esté en la propia Rita Segato. Porque la cofradía machista es un mandato de violación y masculinidad, ningún hombre es miembro nato de esa “fratía masculina”. Debemos deshacernos de aquel mandato si queremos cambiar la historia. Las actrices dicen “llegó la hora de la emancipación política de nuestros cuerpos”. Nosotras decimos que podemos denunciar porque estamos juntas y organizadas. Porque desde 2015 gritamos #NiUnaMenos y en 2016 #NoNosCallamosMás, porque hicimos cuatro paros de mujeres, lesbianas, travestis y trans, porque llevamos 33 años encontrándonos y más de un siglo de lucha feminista.
Artículo original en http://revistaanfibia.com/ensayo/cuantas-veces-nos-quedamos-calladas/