En esta oportunidad la recomendación viene de la mano del artículo publicado en Lamula.pe sobre el libro ‘Filosofía de la idiotez‘, el psicólogo y filósofo Diego Llontop recupera el origen de dicho concepto para explicar por qué este es parte de la esencia humana. “La idiotez tiene que estar bien conducida porque no la vamos a poder dejar nunca”, asegura.
No es necesariamente un insulto. Tampoco un retraso mental. El origen griego de la palabra nos puede recordar que la idiotez es también una condición de la vida de todos: la inclinación por sumirnos en nuestro mundo interior sin participar de la vida ciudadana. “Cuando descubrí la etimología me pareció muy potente porque en realidad todos nos caracterizamos por ello”, recuerda Diego Llontop, psicólogo y filósofo que acaba de publicar la segunda edición de Filosofía de la idiotez (USL), un ensayo de menos de noventa páginas sobre cómo los individuos se debatieron, se debaten y se debatirán entre sus intereses particulares y los de la comunidad social y universal.
“El libro de Diego nos hace pensar en nosotros mismos, justo en una época en la que necesitamos repensar nuestra posición en el cosmos, mientras el idiota llega a su máxima expresión”, se dice en el prólogo. Para hacerlo, Llontop atraviesa parte de la historia, la antropología y la psicología de la idiotez. El “esfuerzo interdisciplinario”, como lo llama él mismo, coincide con el inconformismo que le hizo apostar por la filosofía para abordar las preguntas que la psicología no le permitía. “Estudié psicología pensando encontrar algo que no encontré”, cuenta. “Hay una tendencia analítica que es bien operativa y profesional y que los aleja de entender que la psicología es una disciplina social. Eso es más amplio que la psicología específica de los procesos conscientes”.
- ¿A qué crees que se deba esa resistencia por abordar el análisis de una manera más social o colectiva?
- Yo escribí este libro porque me influyó la lectura de Las fuentes de yo, de Charles Taylor. Me pareció muy atinado cuando dice que hay una tendencia a entendernos como seres desvinculados y entender los objetos como objetos que se pueden entender dentro de sí mismos. Esa es una tendencia que viene con la ciencia moderna. Han sido cuatro siglos de eso y obviamente también se deja ver en los pensadores de la psicología. La vertiente más extrema es el reduccionismo, la que propone desaparecer la psicología y concentrarse en el cerebro y su funcionamiento esperando que el cerebro dé las claves de la existencia humana. Tiene que ver con una suerte de modelo que, sin embargo, no es el discurso de la ciencia oficial. En el libro menciono el principio de Galileo sobre el movimiento relativo: el movimiento se distingue solo con un punto de referencia y eso es como un norte de la misma ciencia. Hacia ahí se deberían orientar las investigaciones acerca del ser humano.
- La definición que haces en el libro sobre la idiotez habla del hombre mirándose a sí mismo, separado de un todo, pero la idiotez actualmente tiene un significado más cercano al insulto. ¿Cómo se pasa de un significado al otro?
- El idiota es un insulto que se lanza como cualquier otro. Pero cuando descubrí la etimología me pareció muy potente porque en realidad todos nos caracterizamos por pensar en nosotros mismos. Es una condición de vida. Es un término más conveniente para utilizar porque el egoísmo, por ejemplo, es opcional. Tu puedes o no ser egoísta, pero uno no puede dejar de ser idiota porque la autoconciencia es inevitable. El término que utilizaban los griegos incidía en el aislamiento del ciudadano que para ellos era antinatural. Incluso expulsaban a quien se encargara más de sus asuntos que de los colectivos. Pero yo percibo que los griegos también eran idiotas, incluso los más idiotas, porque fueron los que más pensaron en sí mismos: ahí tenían a Sócrates, Aristóteles y a Platón. Claro, tenían un sistema de vida que los protegía del individualismo, pero como Taylor descubre, eso se va rompiendo con el desarrollo de la ciencia, con la ética protestante, con el desarrollo del mercado y la economía, con la pérdida de credos que permitían articularte casi naturalmente. Sartre y los existencialistas descubrirán en el siglo XX que el mundo no tiene sentido justamente porque se pierde la articulación. Esa articulación siempre fue idiota, pero en la antiguedad era casi natural que te articularas. Ahora eso no pasa y estás más individualizado. La idiotez ahora es profunda.
- ¿Cuán necesario consideras que fue ese primer pensamiento individual para dar paso al otro más social?
- La importancia del otro en ti mismo se rastrea ya en Aristóteles cuando dice que el hombre es un animal político. Esa idea persiste, pero Descartes, el padre de la filosofía moderna, genera una influencia fuerte porque descubre su método por el cual cree que puede llegar a la verdad por sí mismo con evidencia perfecta. Eso marca siglos. Hegel, con su dialéctica le abre la cancha a Marx, que es la fuente más importante sobre la importancia de la relaciones sociales porque dice que la esencia humana es el conjunto de la relaciones sociales. Y lo dice antes que aparezca el estructuralismo, que es otra iniciativa teórica que se centra en la relaciones. En el siglo XX se producen estas ideas más abarcadoras y a mí lo que me interesa es verlo en la psicología y no lo encuentro.
- En el libro hablas de los individuos y la sociedad en la que viven. Pero también hablas de la universalidad, de la carencia de un pensamiento que nos entienda como parte de un todo, como parte de la humanidad. El Brexit ha demostrado cómo puede haber una relación colectiva de una sociedad como Gran Bretaña, pero para repensarse en relación a un grupo mayor, la Unión Europea. ¿Se puede hablar de la idea que ensayas en el libro pero en un sentido más macro?
- Los ingleses que han votado para salir de la comunidad se ven como un grupo y se identifican así pero para separarse de otros. Hay una sabiduría filosófica que está por encima y por abajo: la igualdad. Ese es el fundamento en el que se basan los derechos humanos. Es algo muy kantiano porque él afirma que todos somos fines en nosotros mismos. Eso tiene una serie de consecuencias enormes y, sin embargo, esta idiotez individualista se vuelve también en un egoísmo colectivo: mi equipo de fútbol, mi distrito, mi país. Es colectivo pero es egoísmo. Puede ser brutal y puede ser muy excesivamente idiota, a pesar de que es un grupo. El racismo, por ejemplo, está volviendo a ser importante en el mundo. Sociedades más civilizadas están recuperando los argumentos racistas que son básicamente una negación de todo lo que busco afirmar en el texto: nuestra codependencia y nuestra igualdad. Lo ingleses no lo entienden y menos los fundamentalistas y de manera tan radical que desaparecen a la gente, algo que es totalmente sobrecogedor y demencial. Eso parece que se mantendrá. Estamos entrando a una situación nueva que nadie sabe en qué terminará. Es una mezcla de egoísmo colectivo y de idiotez profunda.
- A nivel nacional, la cantidad de manifestaciones han aumentado en los últimos años y son más diversas porque ya no dependen únicamente de sindicatos, partidos o colectivos y cuentan hoy también con presencia de familias y personas independientes. ¿Es síntoma esto de que estamos dejando de ser tan idiotas?
- La idiotez tiene que estar bien conducida porque no la vamos a poder dejar nunca. Ahí entra el tema del amor porque es el complemento que nos saca. El libro ‘El arte de amar’, de Erick From, te lo dice todo en su subtítulo: la respuesta al problema de la existencia humana. Me parece interesante, por ejemplo, que los fujimoristas hayan hablado de odio, porque cuando lo haces estás hablando también de amor. Estas últimas marchas en contra del fujimorismo creo que expresan un amor por el país. La acusación que lanzan a estas es de que promueven el odio. Y sí, puede ser odio, pero odio a todo lo malo. Esas movilizaciones son idiotas en el buen sentido, en el sentido de que te estás preocupando por ti y, por ello, por tu entorno, para que esté bien, para que no se pudra más. Claro, hay diferentes grados de idiotez y pueden haber personas que marchan contra Fujimori pero son racistas, chismosos, clasistas en sus ámbitos más privados. Pero como patrones de convivencia mínima es positivo que esas personas asistan a esas marchas. Es imposible no tener un mundo interior, que tengas malos pensamientos sobre otros, que tengas tu propia miseria, pero es importante abandonar el alpinchismo que hace que no te importe nada. Al final se trata de la ética de cada uno.
Yo me centro en la esperanza que se puede lograr cambios, pero hay gente que piensa que la cultura es para pocos. Creo que no hay tema más culto que la ética y no podría aceptar que esta sea para unos pocos. Personas de edad aceptan las cosas que pasan porque no han visto otras cosas, pero los que venimos de atrás no podemos abandonarnos y leer nuestros libros entre nosotros y disfrutar y entender y pensar en qué está bien y qué está mal.
- El esfuerzo que requiere escribir libros como este refleja la importancia de los temas que se abordan. Sin embargo, el lenguaje con el que se llevan a cabo está distanciado de la gente que podría venirle bien leer sobre esto. Tú lo has dicho: la ética no debería estar restringida a unos pocos. ¿Cómo se puede acercar estos temas a un público más grande?
- Los intelectuales tienen que aterrizar el discurso y eso es bien difícil. Incluso yo al momento de escribir me gusta desarrollar las ideas claramente, pero inevitablemente a veces va a ser algo abstracto. Pero lo intenté. Me parece que el título del libro es una forma de atraer, pero creo que luego de empezar a leerlo ya te empieza a quitar las ganas. Yo admiro mucho a Fernando Savater. Aunque tiene textos sólidos, el domina el arte de llegar al hombre de a pie. Esa es una obligación de los intelectuales. Mucho ahonda el problema las facultades de filosofía que buscan que la filosofía se centre en el estudio de las fuentes patriarcales y que quieren cumplir con la profecía de que toda la producción actual sea un comentario a pie de página. Así como en la psicología lo más espantoso me parece validar una prueba psicológica, en la filosofía me parece que lo es estudiar el concepto de un filósofo. Yo creo que las facultades de filosofía deberían promover la intervención de sus estudiantes en la opinión pública. Eso implica aterrizar el discurso, pero para eso se necesita mucha inteligencia y mucho talento. Una persona culta es una persona que se puede manejar en todos los niveles del discurso, desde el más elevado hasta el más ramplón. El intelectual tiene que ser un elemento de apoyo y de transformación social. Es urgente en nuestro país publicitar y marketear el pensamiento.
Artículo original en https://redaccion.lamula.pe/2016/07/26/tan-idiotas-como-socrates-aristoteles-o-platon/rlescanomendez/